Bioshock Infinite llegó a las consolas de séptima generación y PC en el año 2013 de la mano de Ken Levine, uno de los nombres más importantes de la industria de aquellos años. Fundador de Irrational Games, su gran visión creativa le llevó a ser respetado en el mundillo y de es sobra conocida su habilidad para contar formidables historias. Este diseñador norteamericano, que trabajó en títulos legendarios como System Shock 2 y en otros juegos menos conocidos como Thief, fue el principal responsable de crear un maravilloso y complejo universo desarrollado en el mundo submarino de Rapture del videojuego «Bioshock» (2007). En 2012 se anunció la llegada de una nueva entrega de la franquicia que llevaría el subtítulo de «Infinite» y que no tendría ninguna conexión con los dos juegos anteriores (aunque luego se comprobó que esto no era del todo cierto). Automáticamente, el hype se disparó a las nubes, nunca mejor dicho.
Por muchas razones, Bioshock Infinite estaba destinado a ser el GOTY de 2013 pero, pese a su calidad, no logró conseguirlo al final. Cierto es que ese año tuvo una dura competencia en juegos como el maravilloso The Last of Us o el famoso GTA V, entre otros. Acabó siendo un gran título, eso sí. Bioshock Infinite, ambientado en un 1912 alternativo, tenía detalles muy interesantes y era muy bueno en ciertos apartados como el artístico. En el lado negativo, tenía ciertas carencias a nivel jugable (como que en ciertos tramos se tornaba un poco repetitivo como FPS) que se suplían con una narrativa soberbia, buenos diseños de escenarios, utensilios o armas y también unos personajes bien desarrollados.
La historia nos ponía en la piel de Booker DeWitt, un ex agente de Pinkerton enviado a la ciudad flotante de Columbia en una peligrosa misión de rescate. Su objetivo era una chica joven llamada Elizabeth que llevaba años prisionera en esta ciudad (prácticamente desde que era una niña pequeña) y que, además de esconder un extraño secreto, poseía la habilidad de transformar el entorno. La trama se iba enredando a cada paso que dábamos y poco a poco los lazos entre el protagonista y la NPC se estrechaban; al tiempo que nos abríamos paso entre los aerocarriles de los majestuosos paisajes de una utopía que parecía desmoronarse por momentos.
Detalles como el aliciente de Elizabeth Comstock (que además de acompañarnos en el juego tenía un papel fundamental en la trama) o que la urbe flotante de Columbia fuese realmente impresionante en cuanto a diseño, para cierto sector del fandom de videojuegos compensaban de algún modo cosa que la mecánica de juego estuviese basada en pegar tiros y usar los poderes de la sales una y otra vez. Todo era muy llamativo, la música acompañaba y la ambientación estaba muy cuidada. Un brillante apartado artístico y un enigmático final, acabaron finalmente conquistando a muchos usuarios de Xbox 360, PS3 y PC. Pero, como digo, no todo fueron parabienes, ya que para para algunos Bioshock Infinite no dejaba de ser un shooter en primera persona algo mediocre con un envoltorio excepcionalmente bello, lo cual, siendo sincero, era un poco injusto.

Más tarde, títulos como Wolfenstein: The New Order siguieron también la estela de juegos como Dishonored o esta entrega de la franquicia Bioshock, en lo que al apoyo incondicional a la narrativa y al arte se refiere y por ello son muy valorados por un amplio sector de los usuarios aún hoy día. Personalmente, creo que estamos en un momento realmente importante para la industria del videojuego y conceptos como los expuestos en la obra de Levine o los títulos anteriormente citados deben prevalecer sí o sí. Ello es vital para que la madurez de este mundillo sea alcanzada. Pero, y simplemente a modo de reflexión final, no debemos olvidar que un videojuego debe entretener y ser divertido ante todo. Y si encima tiene todo lo que ofrecía este título, mejor que mejor. En resumidas cuentas, si eres de los que piensan que un videojuego es también un modo de expresión artística y que aparte de divertir pueda ofrecer otro tipo de sensaciones, seguro que guardarás Bioshock Infinite en tu colección como oro en paño.