Desde la última entrega de God of War (‘Ascension’, que vio la luz en 2012 y supuso una pequeña decepción para muchos) habían transcurrido cinco largos años sin disfrutar de las andanzas de Kratos y muchos lo echábamos de menos. Así que cuando en 2017 se supo que tendríamos un nuevo juego de esta saga para PS4, la primera reacción de los fans fue, obviamente, la euforia. Tengo que decir que God of War es una de mis franquicias favoritas del mundo de los videojuegos. Por muchas razones, además. La mezcla perfecta de espectacularidad, acción, puzles y mitología griega que nos ofrecía el título de 2005 en el marco de un brillante hack and slash, me cautivó desde el minuto uno de aquel primer juego de PlayStation 2.
Cuando además se supo que tendríamos al bueno de Kratos viviendo nuevas aventuras en un nuevo escenario tan interesante como es el de la mitología nórdica, el hype empezó a crecer a niveles estratosféricos. Cada detalle que íbamos conociendo nos iba enamorando más que el anterior. Al frente de esta nueva entrega, liderando el proyecto, estaría Corey Barlog, un animador, escritor y director creativo norteamericano que ya había demostrado su buen hacer en varios títulos de la saga; sobre todo como director de juego de la segunda parte de 2007.
Barlog, buen conocedor de esta famosa serie de videojuegos, había vuelto a Sony Santa Monica Studio después de un (corto) periplo en Crystal Dynamics y ahora se enfrentaba un nuevo y desafiante reto: revitalizar la franquicia protagonizada por el archiconocido «Fantasma de Esparta» en PlayStation 4. Finalmente, en 2018 y de la mano de Sony Interactive Entertainment, se puso a la venta «God of War» para PlayStation 4 (todo un acierto el no añadir subtítulos ni numeración en esta ocasión, en mi opinión). Y venía con muchos cambios respecto a lo visto anteriormente ya que, pese a continuar lo visto en la tercera entrega (es una secuela directa del juego de PS3) estamos hablando realmente de una «reimaginación» de la franquicia.

El debut de Kratos en la octava generación de consolas no tuvo un desarrollo precisamente fácil. Fueron muchas horas de trabajo acompañadas de situaciones difíciles y también de lidiar con diferentes personalidades en un equipo de trabajo llenos de talentos del videojuego. Pero Barlog tenía las cosas muy claras: había que reinventar God of War y, para ello, había que arriesgar a la hora de tomar decisiones. El resultado final y el recibimiento de los fans de la franquicia compensaron con creces todos los momentos de incertidumbre y otros problemas surgidos a raíz del retraso de su desarrollo. Porque cuando se presentó en el E3 de 2017, no hubo prácticamente ninguna duda de que estábamos ante uno de los grandes exclusivos de la consola de sobremesa de Sony.
Así, llegó a nosotros un juego que es como un sueño hecho realidad para los fans de Kratos. Una nueva entrega centrada en la mitología griega y con las mismas mecánicas de siempre habría sido un error. La gente de Sony Santa Monica Studio nos llevó a un maravilloso viaje al corazón de los mitos nórdicos. Y para ello cambió prácticamente todo pero mantuvo la esencia del personaje y su lore. El llamado «Fantasma de Esparta» aparecía en Midgard, años después de lo sucedido en la tercera entrega de la saga, visiblemente envejecido y al cuidado de su hijo, el pequeño pero inquieto Atreus, el cual le acompañará en un peligroso pero necesario viaje cuyo objetivo es cumplir los últimos deseos de Faye, su esposa fallecida y madre del niño.
Además de brillar en todos sus apartados, el juego presentaba mecánicas nuevas, el uso de la cámara al hombro y el plano secuencia y una nueva arma para Kratos: la poderosa hacha Leviatán, que se ha convertido en el santo y seña de este nuevo capítulo de la saga. Un aspecto fundamental de esta continuación fue sin duda la relación entre Kratos y su nuevo hijo. Atreus, el cual nos seguía cual NPC al estilo «Ellie» de The Last of Us, además presentaba la particularidad de que nos apoyaba con el arco durante el combate, (algo muy interesante en el aspecto jugable puesto que era el jugador quien controlaba esta acción con el mando) pero sin duda era el desarrollo de la historia y el tratamiento de los personajes a través de los diálogos y situaciones vividas lo que elevaban la calidad del juego a nivel narrativo.

Y es que ese era sin duda el mayor valor de este increíble título: la narrativa. Lo que Corey Barlog y su equipo lograron con este God of War en 2018 es de quitarse el sombrero. Un juego con personajes muy bien trabajados, con un guión sensacional que dejaba incógnitas de cara a una futura secuela (el cual además incluía diálogos crípticos en ocasiones y referenciales a la saga en otros) y que presentaba escenarios alucinantes. Todo ello con un apartado artístico y técnico magnífico. Realmente superó todas nuestras expectativas con creces y fue para muchos el mejor videojuego de ese año. Pues bien, la esperada secuela que supondrá el broche de oro a las andazas nórdicas del bueno de Kratos ha llegado ya este 2022 bajo el subtítulo de «Ragnarök» y, como no podía ser de otra manera, está enamorando al personal. Una vez completemos dicha secuela traeremos nuestro análisis por aquí pero lo que si podemos asegurar ya es que el cambio de aires de ambas entregas le ha sentado de maravilla a esta sensacional saga de videojuegos. Lo que nos depare el siguiente capítulo de esta nueva era para la ip de Sony PlayStation, os lo contaremos más adelante. El invierno eterno no se acerca. Ya está aquí y el Dios de la Guerra tendrá que luchar una vez más. Y nosotros encantados de ello.