Ya estaba tardando en hablaros del que posiblemente sea el mejor juego de todo el catálogo de la mítica portátil de Nintendo. Y lo digo así, sin paños calientes ni medias tintas. Gargoyle’s Quest (Capcom, 1999) es mi juego favorito de Game Boy y lo es por muchas razones. Obviamente, es un juego que posee una enorme calidad a nivel técnico y que, además, atesora en su interior muchas horas de diversión gracias a esa mezcla de RPG con plataformas mezclada de un modo muy inteligente.

Un título que, si bien no gozó de la popularidad de otros colosos como Super Mario Land, Kirby’s Dreamland o Tetris (sin ir más lejos) nos proporcionó a muchos cantidades ingentes de diversión en su día (y aún hoy, por supuesto). No tuvo mucha publicidad realmente pero de algún consiguió calar hondo entre los poseedores de la consola y con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los platos fuertes del catálogo de Game Boy y para mí es el juego que no puede faltar en toda buena colección que se precie.

Si mi memoria no me falla, fue en verano de 1991 cuando cayó en mis manos un cartucho en cuya portada aparecía una especie de gárgola verde con sonrisa socarrona que se dejaba ver junto al logo de Capcom (una razón de peso para querer meter el cartucho en mi Game Boy y probarlo, dado que ya conocía varios arcades de la compañía japonesa y me encantaban). No era mío en propiedad (aunque no tardé mucho en hacerme con él) pero resulta que en aquella época hacíamos con bastante frecuencia una cosa muy curiosa que se ha perdido en la actualidad: prestarnos los juegos los unos a los otros para poder jugar a todo lo que llegaba a las tiendas y grandes almacenes.

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Además, el boca a boca era poderoso y en poco tiempo todos los chavales del barrio hablaban de ya de las bondades de este Gargoyle’s Quest. Finalmente, conseguí que un amigo me dejara probar el juego una semana a cambio de prestarle yo el Super Mario Land para que lo disfrutara en su consola (ya que este muchacho sólo tenía en su haber el mencionado juego de Capcom que le habían traído de «nosédonde» y un Tetris del cual se estaba cansando porque jugaba mucho). Objetivo cumplido. Llegó el momento de darle caña al juego. Una vez que introducías el cartucho y encendías la consola, te encontrabas con ese tipo de magia (como decían los inconmensurables Queen) que sólo Capcom y alguna elegida más eran capaces de hacer en aquellos benditos (y añorados) años noventa.

Afortunadamente, Gargoyle’s Quest poco o nada tenía que ver con cierta serie de dibujos animados de 1994 protagonizada por unos legendarios seres alados de aspecto demoníaco que vivían en una catedral y se transformaban en piedra al alba. En cambio, y como bien rezaba en el subtítulo de la pantalla de inicio, este juego (infravalorado en su momento y al que afortunadamente el tiempo ha puesto en su sitio) sí que estaba ligado a uno de los más grandes juegos de la historia de la desarrolladora nipona: el legendario Ghosts N’ Goblins.

El juego me enamoró desde los primeros segundos cuando, a modo de introducción, en un pergamino iba apareciendo la historia de esta maravilla en forma de cartucho. Dicha trama nos lleva a las lejanas tierras del reino de Ghoul, antaño en conflicto permanente pero actualmente viviendo una época de paz. En el pasado, una poderosa y valerosa gárgola llamada Red Blaze siempre protegía al reino de los ataques de las fuerzas del mal. Cuando, tras muchos años sin dar señales de vida, las huestes maléficas del Rey Breager invaden de nuevo las tierras de Ghoul, es necesaria la intervención de un nuevo héroe: Firebrand Gargoyle.

 

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Era la primera vez que un personaje del bando de los chicos malos y, encima, de escasa relevancia (ni siquiera puede considerarse un secundario) se convertía en protagonista de un juego para consola. Ha habido mucha especulación a lo largo de los años con el tema de la portada, dado que en ella Firebrand no se mostraba con su característico color rojo sino que aparecía con un verde claro simplón que le brindaba un aspecto más «reptiliano» pero a la vez menos agresivo. Esto, obviamente, se reflejaba en la caja y en la pegatina del cartucho porque en la pantalla monocromo de la portátil de 8 bits de Nintendo lo que son los colores brillaban por su ausencia.

A nivel técnico, era una pasada, incluso para Game Boy. No es que fuésemos muy exigentes en aquella época pero estábamos acostumbrados a ver cosas cada vez más interesantes en las portátiles y en este apartado Gargoyle’s Quest aprobaba con muy buena nota. Aunaba de un modo realmente soberbio dos mecánicas de juego. Por un lado, teníamos el componente RPG en el que visitábamos poblados, manteníamos conversaciones con otros personaje para avanzar en la historia y obteníamos pociones y poderes especiales que nos permitían aumentar nuestras capacidades o conseguir sorprendentes habilidades. Todo ello, con una vista similar a la de Zelda: Link’s Awakening o los primeros Final Fantasy (por poner un ejemplo).

Por otro, las fases de plataformas nos permitían saltar, agarrarnos a las paredes, ramas de los árboles y otros elementos del entorno y disparar llamas de fuego por la boca con las que dar buena cuenta de nuestros enemigos. Aquí también podíamos recoger viales de esencia (que contenían pócimas de poder) y, como no, corazones para rellenar nuestra barra de vida (esto era vital si no queríamos explotar en pedazos a las primeras de cambio tras recibir un número determinado de impactos). Contábamos con algunos aliados que nos ayudaban en nuestra peligrosa tarea, proporcionándonos algunos ítems de gran utilidad (este era el caso del Rey Darkoan o el extravagante Barón Jark, que nos otorgaba el increíble «Fingernail of The Spectre» con el que nuestra limitada capacidad de volar se veía aumentada considerablemente).

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Los sprites eran realmente fantásticos y el diseño de personajes (el del propio protagonista es absolutamente genial) sobre todo de enemigos y jefes finales estaba currado a más no poder. Mención especial para los fantasmas de los bosques, las pirañas zombies (sólo con sus dientes y sus raspas, las pobres) y adversarios más poderosos como abejas gigantes o el mítico Zundo Druer (una especie de pez globo gigante que proyecta llamas de fuego que actúa como jefe de fase) entre otros.

La música era otro punto fuerte del juego, con unas tonadillas imperecederas que me siguen cautivando hoy día, incluso después de tantos años. Desde que enciendes la consola, tras ese sonido característico de Game Boy, las melodías te atrapaban sin remedio. Y así hasta el final del juego, repleto de canciones maravillosas que son pura magia y de las que Harumi Fujita y Yoko Shimomura son los responsables. Los pelos como escarpias al recordarlas, amigos.

Este alucinante juego, conocido en Japón como «Red Arremer: Makaimura Gaiden» es verdaderamente especial y a pesar de que Capcom siguió con la saga en varias entregas para NES, GB (sólo en el país del Sol Naciente) y Super Nintendo, ninguno de los títulos posteriores fue tan especial como éste (y eso que Demon’s Crest es una maravilla). Como veis, una verdadera «joya de bolsillo» cuyo cartucho no es muy difícil de conseguir en la actualidad (si lo veis con caja e instrucciones no dudéis en haceros con él ya que es realmente encontrarlo completo). En resumidas cuentas, no tenéis excusas para echarle horas y horas a este Gargoyle’s Quest, un auténtico must-have para todo aquel que se precie de ser buen jugón. Se ha ganado con creces y por méritos propios su vitola de imprescindible.