Parece que fue ayer pero en realidad hace ya más de uno año que tuve la suerte de descubrir esta obra de manera fortuita y rápidamente me cautivó todo de ella. Fue amor a primera vista desde el primer momento, empezando por lo adictivo de su guion y acabando por la impactante narrativa gráfica que poseía, pasando irremediablemente por un tratamiento del color muy particular, unos personajes bien construidos, diálogos fenomenalmente escritos y situaciones difíciles con enfrentamientos llenos de crudeza.
Muchas ganas había de que este cómic perpetrado por dos autores norteamericanos absolutamente geniales llegara por fin a nuestro país y hemos tenido la gran suerte de que finalmente la editorial Planeta Cómic se haya dignado a traerlo por estos lares en un primer tomito que recoge los números del 1 al 4 de esta magnífica serie.
Pese a que, en mi opinión, el formato quizá no es el más idóneo para una obra de estas características (echo mucho de menos la «tapa dura» pero nos tendremos que conformar con una edición en rústica) y a que alguna «mente pensante» ha decidido cambiar el título original (Southern Bastards) por un «sonoro» y peculiar «Paletos cabrones«, es una gozada tener al fin entre nosotros este trabajo de Image Comics guionizado por el maestro Jason Aaron (Thor, Star Wars, Relatos Salvajes) y dibujado de manera excepcional por Jason Latour (Soldado de Invierno, Spider-Gwen).

Estamos ante un cómic el cual, pese a que en un primer momento pueda parecer que aborda una temática manida, llena de topicazos y situaciones predecibles, una vez superado el estupor inicial, descubres que detrás de todo eso (que efectivamente está presente y además lo está porque es necesario y porque así lo requiere esta historia) hay mucho más esperándote.
Partiendo de una premisa que se disfraza de simplista y que a los ojos de los no avezados quizá de la impresión de que no va a aportarnos nada excepcional, todo se va enredando poco a poco de un modo realmente maravilloso; hasta tal punto que cuando quieres darte cuenta, estás más enganchado a lo que nos cuentan estos dos profesionales del noveno arte que a los tupperware que te prepara con cariño y esmero tu santa madre.
Ya desde el primer momento el cómic arranca con una composición de viñetas brutal, mostrándonos a través de ese perro sucio y pulgoso que, de algún modo, nos vamos a encontrar mucha dureza en los seres humanos que aparecerán en la historia, momentos desagradables y, sobre todo, violencia desmedida en las sucesivas páginas. Y eso que el lector no se imagina aún todo lo bueno que está por llegar.
«Sweet Home, Alabama…»
Todo comienza con el regreso de Earl Tubb (el protagonista de la historia) a su pueblo natal, en el condado de Craw, tras cuarenta años de ausencia. El viejo Earl (que simplemente quiere arreglar los papeles de la casa y marcharse de allí cuanto antes ya que nunca fue realmente su hogar como vemos en los flashbacks) es un tipo duro, ex-jugador de fútbol, ex-combatiente del Vietnam y poseedor de una mala uva de dimensiones gigantescas. Pero es que el pueblecito también se las trae. Es un fiel reflejo de la denominada «América profunda», con sus paletos (que es verdad que son muy cabrones), sus costillas con salsa barbacoa, su dieta rica en colesterol, sus típicas camionetas y el fútbol como único pasatiempo posible en un entorno alejado de la mano de Dios por más que la sempiterna figura del predicador esté de nuevo presente, claro.
La figura autoritaria más temida y reverenciada del condado, sito en el sureño estado de Alabama, la encontramos en la persona de Euless Boss. O lo que es lo mismo: «El entrenador«. Un tipo que se ha hecho con el control del pueblo e impone su ley como si aquello fuese el far west (realmente es un cacique que tiene atemorizada a la comunidad). El nuevo sheriff, un tipo de color que sustituye al padre de Earl tras su muerte, pinta lo mismo que un cero a la izquierda y asiste impasible a los tejemanejes y atrocidades que allí se cometen porque la ley es lo que diga.
Un desafortunado encuentro con los hombres de Boss lo cambia todo y nuestro recién llegado comienza a replantearse muchas cosas. Entre ellas, si de verdad es tan diferente a su padre (con el cual nunca tuvo buena relación dicho sea de paso) como pensaba. Cuando esos tipejos matan a un tipo del pueblo y dejan muy mal parado a un chaval por entablar amistad con Earl, éste decide que las cosas van a cambiar a partir de ese momento y, armado con el viejo palo de su difunto padre, se encamina a repartir justicia aunque para ello tenga que enfrentarse al mismísimo «entrenador». El tema de cómo consigue el susodicho y contundente objeto, lo dejo para que lo descubráis y analicéis vosotros mismo porque no tiene desperdicio.
Que el sello Image es ahora mismo el referente número uno a la hora de hablar de cómics de grandísima calidad y estupendas obras de autor lo saben hasta los esquimales, por lo que no es raro acertar con prácticamente cualquier trabajo que nos llega publicado desde esta editorial. Apostar a caballo ganador nunca fue tan fácil en esta ocasión, ya que estamos ante una obra que incluso mejora con su re-lectura. Por si tenías todavía alguna duda, «Paletos Cabrones: Aquí yace un hombre» es sin lugar a dudas uno de los imprescindibles de este mes. Un cómic, con un estilo de dibujo transgresor (totalmente rompedor y alejado de convencionalismos) y una historia que transcurre en un condado lleno de turbios secretos que verá como se tambalean sus cimientos por culpa de inesperados acontecimientos. En serio, no tardes mucho en hacerte con esta obra. De lo contrario, lo lamentarás.
«Bertrand Tubb (1923-1972) Here was a man»