Ya tenemos entre nosotros la continuación del fenomenal ‘Distance Over Time’ y las sensaciones no podrían ser más encontradas. Para empezar, hay que decir que un nuevo álbum de los maestros del Metal Progresivo y una de las bandas más populares del género, siempre es bienvenido. Y más, en los tiempos que corren. Porque este nuevo disco, el decimoquinto de estudio de Dream Theater, se grabó en un momento extraño, difícil y con un Petrucci enfrascado en sacar su segundo disco en solitario y otro disco con Liquid Tension Experiment en un corto periodo de tiempo. Realmente, comenzaron a preparar la preproducción de este disco prácticamente al terminar el anterior. En un primer momento, James Labrie, vocalista de la banda, tuvo que trabajar con sus compañeros a distancia (a través de videollamadas) para no arriesgarse a lastimar su voz de algún modo por la situación pandémica provocada por un virus que ataca principalmente al sistema respiratorio. Finalmente, pudo reunirse con la banda en los DTHQ (primera vez que trabajan en este recién creado estudio, por cierto) para grabar sus partes de voz.

También colabora primera vez con Dream Theater en este álbum el talentoso Andy Sneap, que fue el encargado de masterizar y mezclar esta colección de canciones que se incluyen en el mismo. Finalmente, se unió también Jimmy «T» Meslin para ayudar en la grabación y la producción y el resultado final, como digo, deja una inevitable sensación agridulce. Por un lado tenemos un tratamiento exquisito del sonido de guitarras y una labor excepcional en la producción. Esto no es nada nuevo, pues la banda lleva ya bastante años no sólo en la excelencia musical sino también en estas lides. Meslin y Sneap venían además de trabajar con Petrucci en los mencionados proyectos de 2020 y 2021 y han cumplido con sobresaliente también aquí. El problema que creo tiene el disco es que no posee la frescura, el genio y la chispa en las composiciones que sí tiene Distance Over Time, al cual personalmente considero el mejor álbum de la banda de la era Mangini.

Vayamos por partes. Ya desde la portada, obra de Hugh Syme (un veterano ya del medio) es la típica portada que los fans del progresivo van a amar sí o sí. No intentes buscarle un significado concreto, es la visión de la banda de la música que han creado para este álbum plasmada por el genial artista gráfico. Y ya está. La tomas o la dejas. No es de las mejores que he visto pero funciona. Metámonos ya con lo que de verdad importa: la música. En total son siete temas, algo que a priori podría parecer poca chicha para Dream Theater pero es que, amigos, el track que cierra el disco dura más de veinte minutos.  Así sí. Todo correcto, entonces. El disco se abre con «The Alien», tema de 9:31 minutos de duración que, pese a ser bastante pegadizo en varias de sus partes (y quizá por eso lo escogieron como single) es una canción que tardas en apreciar varias escuchas porque parece que está hecha con un molde. Es la canción típica de Dream Theater que has escuchado ya muchas veces. ¿Es eso malo? En absoluto. De hecho, algunos de los pasajes de guitarra y teclado más inspirados del disco están aquí. Un tema compuesto por Labrie que va a funcionar muy bien en directo y la banda es plenamente consciente de ello, porque ha sido ideado para ello y que, aún así, no convence de primeras.

«Fotografías por Rayon Richards».

A esta canción le sigue «Answering the call«, un medio tiempo, que comienza con un riff de Petrucci y la batería de Mike Mangini a los que rápidamente se les une Jordan Rudess y su teclado y que rompe bastante bien el tempo de la canción inicial. Por ello, está estratégicamente bien colocada en el orden del track listing, aunque es un tema que posee bastantes contradicciones. En muchos discos de Rock y Metal, el segundo corto suele ser veloz o agresivo. Pero este no es el caso. Siendo más corto en minutaje, se hace más tedioso que «The Alien». Y no sé si eso es buena señal. Musicalmente, cumplen aquí los cinco virtuosos de sobra pero se queda en un tema anodino que tiene algunas partes de guitarra que recuerdan a ‘Train of Thought’; partes que, a título personal, son las que yo salvaría de la canción. Pasa sin pena ni gloria, vaya. Más interesante es «Invisible Monster», una canción de pegadizo estribillo, varios cambios de ritmo, buen trabajo vocal de Labrie y e interesantes secciones de guitarra y teclado que además fue el segundo single que pudimos escuchar del disco. Seguro que veremos cómo la interpretan también en los directos.

En «Sleeping Giant», un inquietante riff de guitarra da paso a extravagantes sonidos de teclado que a su vez desembocan en más cambios de ritmo marca de la casa. Pero el tema se cae cuando entra la voz de Labrie en una parte que otra vez recuerda a anteriores trabajos discográficos de la etapa más reciente de la banda. Por suerte, los momentos de Jordan Rudess y la batería de Mike Mangini (ambos dos formidables a lo largo del disco) salvan nuevamente este tema del tedio. Benditos fills del de Massachusetts y benditos los dedos y la destreza del teclista neoyorquino. A estas alturas del disco, ya te percatas de que, a nivel compositivo, aquí «parten el bacalao» los señores James Labrie y John Petrucci. La siguiente canción, «Transcending Time», es una de las mejores del álbum. Comienza muy bien en lo musical y, por un momento, estás de nuevo en discos como ‘Octavarium’ o ‘Six Degrees of Inner Turbulence’. Petrucci y Myung están increíble aquí a las guitarras y al bajo, respectivamente, y la batería de Mangini brilla más que en cualquier otro tema. Definitivamente, mi canción favorita de este nuevo trabajo.

«La banda en una de las sesiones de fotos promocionales del nuevo disco.»

En el tramo final del disco están «Awake the Master», con Jordan Rudess mandando como el jefazo de las teclas que es. Un tema con mucha fuerza que tiene riffs y solos made in Petrucci de esos que nos gustan. Aquí vemos una vez más una constante que se repite a lo largo de todo el disco y es que Labrie no varía prácticamente nada el registro y no fuerza demasiado la máquina. Está cumplidor y poco más. Arriesga muy poco y quizá echo en falta un poco más de variedad en este sentido. Y esta es realmente una característica del propio álbum: no arriesga y va a lo seguro. Ya sabemos que son auténticas bestias pardas en lo musical pero aquí encontramos canciones que quizá lleguen a aburrir en algunos momentos precisamente por esa falta de riesgo. Y ahora sí, llegamos al tema-título, el cual se encarga de cerrar el disco. Se trata de una suite de tres partes que además posee quizá los únicos momento diferenciales del mismo sin que la banda pierda su idiosincrasia en ningún momento. Aquí encontramos elementos rimbombantes y operísticos, a Petrucci luciéndose con la guitarra casi más que en el resto del disco, partes de batería realmente impresionantes y contundentes e, incluso, pequeños efectos en la voz de James. Por su larga duración, posee muchos cambios de ritmo y, ciertamente lo mejor que puedo decir es que es 100% Dream Theater y que gustará mucho a los fans que aman la banda desde los años noventa. En resumidas cuentas, ‘A View from the Top of the World’ es un trabajo discográfico en el cual los músicos vuelven a demostrar que están entre los mejores del planeta en lo que a Metal Progresivo se refiere pero que a nivel compositivo se echa en falta una chispa que, si bien es cierto que está presente, aparece y desaparece por momentos. Y eso deja con una extraña sensación al oyente. Porque al acabar su escucha algunos temas ni siquiera los recuerdas. ¿Es por ello un mal disco? Para nada. Está muy bien producido y los músicos ejecutan con esa «cuasi perfección» que les caracteriza. Pero la realidad es que está muy por debajo del anterior trabajo en lo que a canciones y sensaciones musicales se refiere (que al final, es lo que de verdad importa). Quizá el tiempo lo ponga en su sitio como ha pasado tantas veces en el Rock y el Metal pero, hoy por hoy, lo dejaremos en un disco notable que llega a ser insustancial por momentos y que, por qué no decirlo, quizá defraude a algunos seguidores de la banda.