La trayectoria de dos formidables autores como son Santiago García y Javier Olivares es sobradamente conocida por muchos aficionados al cómic. El guionista madrileño, lleva más de quince años dedicado a escribir guiones para tebeos e incluso ha publicado libros y ensayos sobre el noveno arte con gran éxito de crítica. Ha trabajado con artistas de la talla de David Rubín (Beowulf), Manel Fontdevila (Tengo Hambre) o Pepo Pérez (El Vecino). Javier Olivares, nacido también en la capital de España, posee una dilatada carrera en el mundo de la historieta, es un reputado ilustrador y ha trabajado en revistas como El País Semanal o el periódico Boston Globe. Juntos, realizaron «Las Meninas» (Astiberri, 2015), una brillante deconstrucción de la figura de Diego Velázquez, y ahora nos acercan el mito de Aquiles de un modo muy peculiar.
«La Cólera» (título que alude directamente al Canto I de la Ilíada) revisa acertadamente la épica historia del guerrero griego y sus mirmidones, actualizándola y logrando que, aquellos conocedores de la inmortal obra de Homero, tras la lectura de esta pequeña joya del cómic español, nunca más vuelvan a verla de la misma manera. Esta es, sin duda, una de las mayores virtudes de esta obra que cuenta con un guion ágil, y, sobre todo, inteligente, de Santiago García. Profundo conocedor del lenguaje del medio, se permitirá el lujo aquí de introducir conceptos modernos enriquecer la leyenda de Aquiles, el semidiós con un conflicto interno entre las cualidades divinas y su parte más humana, que desempeñó un importante papel en la guerra de Troya.
La historia, conocida por los estudiosos de la mitología griega y también por el gran público gracias en parte a la adaptación cinematográfica de Wolfgang Petersen (con Brad Pitt en el papel protagonista rodeado de un elenco de buenos actores) toma aquí giros inesperados, vericuetos argumentales que se salen de lo habitual para enriquecer más aún si cabe una obra tan especial como esta en la que dos ejércitos batallan a las puertas de Troya durante diez años, pasando hambre y penurias todo ese tiempo. La ciudad, es defendida por los soldados de Héctor, príncipe troyano y guerrero experimentado. En el bando contrario, la alianza griega, comandada por el Rey Agamenón, tiene a Aquiles como su principal guerrero. Aquiles, un hombre. Un guerrero cuasi invencible. Un asesino despiadado. Un amante. También es una chica. Una joven despierta, con dudas. Desde el primer momento, la dualidad y el sexo serán conceptos muy presentes en la obra.
La ofensa de Agamenón hacia Aquiles, hará que en determinado momento este decida no combatir y ello hará que las fuerzas troyanas se envalentonen. Pero Patroclo, su amante y compañero de armas, no está totalmente de acuerdo con la decisión tomada por el orgulloso semidiós. Todas estas complicadas relaciones, traiciones, ofensas y disputas harán surgir la cólera de Aquiles. Un viaje onírico en el cual visita a su madre, la ninfa Tetis, nos llevará a conocer la complicada elección del héroe: vivir una existencia pacífica y tranquila o morir en glorioso combate por culpa de su única vulnerabilidad pero pasar así a la historia. Y aquí es donde el cómic se torna realmente interesante, tanto en argumento como en ejecución.
Los autores nos narran dicha parte desde un punto de vista actual, para luego volver a incidir en la elección del héroe (envejecer junto a Patroclo o luchar hasta la muerte y que de su cólera nazca Europa) y llevarnos al desenlace de este acto que, realmente, no es lo más importante aquí. Es una delicia para los sentidos ver lo que han ideado García y Olivares para este momento concreto del cómic, ya que cambia incluso de registro en el apartado gráfico (en lo referente al color, a la distribución de viñetas y al sentido de la lectura). Simplemente espectacular. Porque, además, el arte de Olivares es apabullante. Su maestría como ilustrador y artista de cómics queda aquí expuesta una vez más de manera soberbia gracias a su habilidad para componer las páginas (las dobles splash-pages son tan deslumbrantes que casi dan ganas de colocarlas en el salón de casa, por el despliegue pictórico que poseen) y el uso de la paleta de colores. Un cómic que no debe pasar desapercibido por la inmensa calidad que atesora de principio a fin y porque es el ejemplo perfecto para mostrar a algún estulto que tenga la osadía de esgrimir aquello de «el cómic no puede considerarse arte».