Érase una vez que se era, un grupo de trolls que vivían en una caverna muy profunda. Tan profunda, que la luz del astro rey no llegaba nunca hasta aquellas húmedas grutas. Dicho grupo de trolls trabajan sin descanso para el Rey Orco, difundiendo día a día su siniestro mensaje a lo largo y ancho de las Tierras de Lohw.

El Rey Orco, era un pequeño y malvado ser que gobernaba con mano de hierro desde su Palacio Dorado, construido con el sudor de sus esclavos. Los sirvientes del Rey Orco se dividían en tres tipos: Los vasallos que servían fielmente en el Castillo, los caballeros defensores (que ganaban un sueldo cuasi-digno dada su posición social privilegiada) y, por último, los trolls que se encargaban de hacer todo el trabajo sucio. Labores, que en la mejor de las ocasiones consistían en trabajos forzados y mal pagados en las cavernas. Pero un día, un grupo de trolls, que estaban hartos de ser explotados, decidió revelarse y comenzar una revolución.

El líder de la revolución era Ruchus, un troll alto y desgarbado que siempre se hacía acompañar de Ungö, un pequeño troll algo obeso y extremadamente torpe que seguía a Ruchus a todas partes. Pero a este simpático dueto se le iba a unir un tercero en discordia. Una mañana, mientras Ruchus había citado a los rebeldes en un lugar apartado del bosque, el pequeño Ungö apareció corriendo por la ladera mientras gritaba el nombre de su amigo.

– «¡Ruchuus!, ¡Ruchuus!» – Vociferaba el pequeñín.

Rápidamente, Ruchus le pidió que no gritara, pues los vasallos del Rey Orco estaban por todas partes.

– «¿Qué ocurre, amigo?» – Le preguntó Ruchus, intentando tranqulizarle.

– «Un jinete se aproxima por el camino de tierra roja, Ruchus» – Contestó.

Ruchus se puso en alerta. Llevaba más de dos años preparando su revolución, harto de que el Rey Orco se lucrara a su costa y se ganara la fama de excelso monarca en los reinos circundantes. Muchos visitaban el reino, pero nunca llegaban por el camino de tierra roja. Así que se preguntó: ¿Sería el misterioso jinete un posible aliado para la causa?

Había que averiguarlo…

jinete_maestro

El jinete se dirigió directamente hasta la entrada del bosque y un reducido grupo de trolls afínes a la causa de Ruchus le salió al paso. Ruchus, con voz firme le preguntó: -«¿Quién sois?

– Soy Wardo, un Jinete Maestro» – Contestó con voz serena.

Hacía muchos años que no se veía un Jinete Maestro en el reino. Los jovenes del lugar solo sabían de su existencia por las historias y leyendas que les contaban los ancianos. Estos humanos, antaño trolls, habían conseguido escapar del yugo opresor del Rey Orco y ahora ayudaban a otros hermanos a rebelarse. Así que Ruchus le preguntó:

-«¿Qué te trae a nosotros, Wardo?. ¿Vienes a liberarnos?».

– «Si crees que puedes ser libre, eso es que aún no has volado lo suficiente como para chocar con las rejas»- Respondió.

Ruchus estaba desconcertado. Esperaba otro tipo de respuesta por parte del jinete de su raza.

-«Os ayudaré en vuestra lucha contra el Rey Orco, pero debéis saber una cosa, una vez escapeis de las garras del Rey Orco os aguardarán nuevas luchas y nuevos enemigos, igual o peores que éste. Más de una vez perderéis la ilusión y las ganas de seguir pero debeis jurar que pese a todo no os rendireis facilmente» – Dijo Wardo con tono firme…

– «No temo a nada» – Respondió, Ruchus.

– «Bien, entonces seguidme y os mostraré como vencer al Rey Orco».

– «¿Donde vamos?» – Preguntó Ruchus.

– «Cerca de aquí. En un lugar sagrado se está celebrando un concilio para luchar contra el Rey Orco. Trolls de todas partes están acudiendo para apoyar la causa» – Contestó.

– «Entonces, debemos acudir cuanto antes» – Exclamó el pequeño Ungö.

– «Paciencia, hermano Troll» – Señaló Wardo – «Antes tenemos que reunirnos con un reducido grupo de hermanos que han sigo elegidos para la victoria»…

Ruchus, se encaramó a un montículo y arengó a sus hombres. Estaba confiado, emocionado y pletórico de fuerzas. Había llegado el momento que tanto ansiaba en su interior. Wardo observaba la escena sin inmutarse, sabedor de que aquella díficil tarea no había hecho más que comenzar.